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Quién soy

Quienes me conocen saben que no suelo hablar mucho de mí misma, quizá porque creo que a las personas se las conoce mejor por lo que hacen que por lo que dicen, pero, tratándose de una web personal y haciendo una excepción, ahí vamos…

Nací al norte de Córdoba en agosto del 85 y desde que tengo uso de razón no hay nada que me guste más que APRENDER.

Recuerdo una infancia feliz. Mi familia pasaba largas temporadas viviendo en el campo y esto me permitió gozar de una libertad salvaje y maravillosa.

En el colegio siempre fui una alumna INVISIBLE. De esas en las que los profesores no ven ningún potencial, pero le pasan la mano por buena y aplicada.

Mis puntos débiles

Demasiadas FALTAS DE ORTOGRAFÍA.

Tengo que leer despacio y repetidas veces para entender lo que leo.

Me cuesta bastante automatizar lo aprendido.

Las MATEMÁTICAS se me dan tan mal que hasta hace poco sumaba 8+2 usando los dedos.

Con el INGLÉS creo que he desarrollado una indefensión aprendida que quizá algún día logre superar, de momento no.

Más tímida de lo que me gustaría y con un sentido del ridículo que no me beneficia.

Mis ventajas

Soy curiosa hasta la médula, tenaz y sacrificada.

Bastante creativa y muy hábil buscando estrategias para sortear los obstáculos.

Con una enorme capacidad de observación, escucha y concentración.

Y, como la atención es al aprendizaje lo que la energía al motor, por ahí me he ido salvando.

Con 12 años fui maestra por primera vez. Monté un aula de clases particulares a la que asistían primos y vecinos a cambio de 500 pesetas al mes.

Siempre he sabido lo que significa el ESFUERZO. Es algo que me inculcaron mis padres desde pequeña porque, viviendo del campo, todos teníamos que ayudar. Quitando sierpes a los olivos o recogiendo aceitunas me abstraía recreando las conversaciones que mantenía con las familias de mis supuestos alumnos o las orientaciones que ofrecía en una hipotética consulta de psicología.

Me fascinan los libros. De niña alucinaba cuando iba a algún lugar donde había libros. Me encantaba tocarlos, ojearlos, olerlos… En casa repasaba los tomos de una Espasa porque no había más libros, salvo un par de cuentos que me sabía de memoria y tres novelas del Círculo de Lectores que nadie había leído y estaban ahí porque mi madre fue incapaz de decirle que no al comercial.

En clase no me gustaba leer en voz alta y jamás levantaba la mano para participar. Me escondía como una sombra detrás del pupitre y contaba las líneas para saber cuándo me iba a tocar. Me sudaban las manos al salir a la pizarra y con la presión cometía errores hasta al escribir mi nombre.

Aun así, siempre ponía mucho empeño. Entregaba redacciones de tres páginas cuando pedían veinte líneas y trabajos de veinte páginas cuando los pedían de tres, grababa en cintas de casete lo que tenía que estudiar y lo escuchaba en mi walkman una y otra vez. Me preparaba resúmenes y esquemas de todo, le pedía a mi madre que me apuntara a clases particulares y me compraba cuadernillos de ortografía como si fueran álbumes de cromos.

Y, pese a todo, seguía siendo una alumna INVISIBLE. Con esfuerzo de 10 y resultados de 6-7.

Creí que al llegar a la universidad podría empezar sin la inseguridad y la baja autoestima que había ido acumulando durante los años de instituto. Pero ahí fue cuando toqué fondo.

La historia se repetía. Volví a temblar cuando preguntaban en clase y a reprimir el deseo de participar porque el corazón me obstruía la garganta.

Un día, en la clase de Psicología del Lenguaje (manda narices), salí corriendo del aula y la vergüenza me hizo no ser capaz de volver al día siguiente. El profesor me planteó una pregunta y, roja como un tomate, no fui capaz de articular palabra pese a saber la respuesta. Él preguntó si era muda y no se me ocurrió otra cosa que correr a refugiarme en el servicio llorando como una magdalena.

NO quiero transmitir VICTIMISMO. Agradezco todo lo vivido porque sin esos APRENDIZAJES no sería quien soy. Lo cuento para dar a entender que no hay que ser perfectos, tener los mejores referentes, un entorno favorable, las notas más altas, hablar varios idiomas, ser extrovertidos o tener un CI de la leche para luchar por lo que queremos en la vida.

Obviamente no puedes ser el mejor jugador de baloncesto si mides 1,50 pero siempre puedes jugar tus cartas de la mejor manera posible. Porque en esta vida todo condiciona, pero nada determina.

En esa maraña de emociones me hundí bastante (lo pasé muy mal, la verdad), pero gracias a que recibí ayuda, leí mucho y enfrenté algunos fantasmas, tras perder varios años volví a la universidad con más coraje que antes. Y fue entonces cuando sucedió algo que lo cambió todo.

Un día, al terminar la clase de Procesos Cognitivos, EL PROFESOR PEDRO LUIS COBOS CANO me dijo que veía en mí mucho potencial para la investigación, preguntándome si no me lo había planteado nunca.

Él seguro que ni lo recuerda, pero lo cuento para que los docentes entendamos la repercusión que puede tener un pequeño gesto.

Por primera vez alguien supo ver mi esfuerzo, mi capacidad, mi curiosidad…(o lo que él observara en mí). Por primera vez un maestro me hizo creer en mi potencial, sentir que era capaz.

Gracias a aquello descubrí qué era la DISLEXIA, conocí a grandes profesionales de los que aprendí muchísimo y me volqué de lleno en entender, estudiar, ayudar…

Y tras más de una década ahí sigo, HACIENDO ALGO QUE ME APASIONA, con las mismas ganas de aprender, con la misma curiosidad y con la intención de aportar todo lo posible en beneficio de la enseñanza y la educación.